jueves, 29 de diciembre de 2011

Diciembre

Invierno; suéteres, guantes, chamarras… bebidas calientes nos rodean. Navidad.
Cuántas personas sin abrigo y sin cobijas hay. Personas que día a día sufren de frío. Pero la frialdad más grande hoy en día, no es la temperatura decembrina; sino la del ser humano.

 La despersonalización, hipocresía y egoísmo se han logrado expandir en la sociedad. Sentimientos de inferioridad, aumento de violencia y falta de amor al prójimo.

 No existe persona mas vacía ni más sola, que aquella a quien se le hiela el corazón.

 Se necesita la calidez en la sociedad, vivir el amor, la compasión y esbozar en todo momento, una sonrisa en el rostro. Porque una feliz navidad no la hacen los regalos, ni tampoco una deliciosa cena… si no la satisfacción de haber tenido un gran año lleno de amor y poderlo compartir con quienes más quieres.

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Acalorarme tras
la ola de calor
que me brindan tus brazos.

Ahogarme con
los dulces besos
de tus suaves labios.

Unirme a tu cuerpo
en un abrazo infinito,
desnudo, y estrecho.

Mirar esos ojos puros
que inspiran amor,
inspiran confianza.

Y sentir el embeleso
de tu cuerpo contra el mío
y el amor, que día a día suspiro.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Mi madre, mi vida

Mi madre murió. Ayer. No tuve más que venir a la escuela, mi padre me obligó. Todo funciona normal. Los estudiantes caminan presurosos para llegar a sus clases, se habla del estrés de los finales, de las calificaciones “injustas” que los profesores “ponen” a los alumnos… pero ante mis ojos, ya nada tiene sentido. Ella era mi vida entera.

 Lo que hago es consecuencia de la costumbre y nada más. No se por qué ni para qué lo hago, sólo lo hago. Once treinta de la mañana; me dirijo a mi clase de Lingüística, lo hago porque así dice mi horario.  Solía ser de las clases más armoniosas, me agradaba, quizá aún me agrade.

 –“La Migala”, Juan José Arreola- dijo el profesor. Sí, quizá necesite una migala al igual que el narrador de la historia que el profe relata. Pensar en que una migala me visita, en las horas más profundas de mi angustia podría tranquilizarme.

No soporto estar en la escuela. Siempre fui una persona solitaria; en realidad me tiene sin cuidado lo que piense la gente. Pero pretender que no pasa nada… es inhumano. No puedo soportar la presión de mi pecho, el dolor de mi estómago y una tristeza tan profunda que me invade; como el gas invade una pequeña habitación y los que ahí se encuentran, poco a poco van muriendo.

 -No quiero que vayas al funeral de tu madre, y punto.- Ésas fueron las palabras de mi padre impositor. Jamás lo he comprendido. El habría querido que estudiara tanto como el: diversas licenciaturas, maestrías, uno que otro doctorado… no, yo no nací para eso. Me gustan las letras, leer, escribir; realizarme en el mundo que yo narro. El sólo lee Cortázar. Dice que es, de los escritores, el único.

La impotencia que se siente al no poder ver a tu madre por última vez… quisiera dejarla ir, deslindarme de su cariño, de sus caricias, de su amor. Es imposible. “Aunque sabía que no iba a despertarse, estaba despierto.”

Julio Cortázar, en su historia “La noche boca arriba” tenía razón. Estoy despierta, y lo único que me queda por hacer es escribir.

Cada letra, una lágrima.

Como si soplara brillantina. Así me gusta dejarme llevar por una historia. Quiero desaparecer. Quisiera poder ensordecerme para dejar de oír historias de Juan José Arreola.

Doce en punto. Casi puedo percibir el olor a tierra mojada. Un escalofrío recorre mi cuerpo, una parvada de agonía nubla mi mente, más de una lágrima se desliza por mi impávido rostro. –Debes afrontarlo sola. Por tu bien, debes dejar de escribir. Ya te dije que esa narrativa inútil a la que llamas “existencial juvenil” es algo estúpido; sólo te nubla la vista, te obstaculiza de tus objetivos-. Son palabras constantes de la boca de mi padre. Desearía pensar así ahora, pero no hay más que me logre calmar.

No quisiera seguir. Sus besos eran mi razón, su calor mi capacidad, su sonrisa mi alegría.

Irradia el calor del sol, mas yo siento frío. Se está helando mi corazón. Una de la tarde. Ella ya no está. Mi padre ha hecho lo que ha querido. Siento un dolor en el pecho. Ahora yo haré lo que necesito. Ya no hay más. Sólo tomo la pluma y sé que no hay más.

Ya te veo. Al final del sendero, te veo a ti. Tu travesía cesó. ¡No te vayas sin mi! Aún no aprendo a mantenerme derecha si no te veo al final. Aún no comprendo cómo dejar la huella que tú ya has sabido estampar. ¿Cómo voy a conocer el camino si mi guía ya no está? No te escondas. No te vayas. No te vayas madre mía, porque como a ti, a nadie más sé amar.